jueves, 2 de mayo de 2013

La dueña de mi desdicha



Aunque la noche pase / 
y  yo te tenga  /  y no.
Mario Benedetti.

Bien pudo ser que todo resultara distinto. Bien pudo pero no fue así. Entonces vos te mareas pensando en lo lindo que hubiera sido, si aquella mujer se hubiese limitado a devolverte un cortés, y en primera instancia. Hum... y suspirás. ¿Por qué no pudo ser como yo lo había planeado?. Aunque ya sabemos que todo lamento es vano. Sobre todo, cuando el día comienza a hacer malabarismos, entre su final y una agria tormenta que avanza desde el Este,  disolviendo así, toda esperanza. Como tus sueños también. Y es ahí, cuando te das cuenta que la noche se te está viniendo encima una vez más. Así es: El esmerilado mantel de oscuridades perpetuas, se está desenrollando y más pronto que tarde, como siempre ha sido, habrá cubierto todo el cielo por completo. Y las decepciones siempre son más feas de noche. Pero no importa. El mundo ha de continuar igual su rumbo... No estará este, supeditado a los deseos de una mujer pretenciosa, con aires de princesa que nunca será.  Y ya estás caminando serio. Tu rictus se ha endurecido al pensar en esa mujer, y tus ojos parecen crepitar en la introspección.  Ni te acordás que minutos antes, has encendido un cigarrillo que aun no has pitado ni una sola vez. Lo estás dejando consumir entre tus dedos y casi ni importa que este sea de una marquilla importada, que ese descuido concluya siendo un tanto oneroso. No, no importa. Más se perdió en la guerra. ¿Estuviste en guerra con esa mujer?. Tampoco te resulta  importante definir ahora. Y es que es tan fina la línea que divide al amor del odio, que en estos tiempos de inflación  y bolsillos flacos, un cigarrillo, la guerra, esa mujer, no dejan de ser, dos caras de  de una misma moneda: La insignificancia materializada. Después de todo, ¿quién sabe cuál es el lado de la ficha que uno arroja sobre el paño, y que te conduce al amor o al odio, cuando la bolilla se echa a andar y el tomador, frena todo tipo de rectificación con su sarcástico no va más, y la maldita bolilla de marfil, se detiene en la casilla de la indiferencia. Se acabó, compañero. Uno se termina jodiendo cuando ciertos indicios aparecen a modo de preludio. Y además, cualquier perdedor sabe que ha perdido de pleno a medio y adorno incluido , cuando la suerte esquiva nuestras propuestas y encima de todo, se va sonriente del brazo de nuestro adversario. ¡Qué va!, Solo te faltan dos cuadras y tus viejos zapatos te han de devolver a tu actual morada.
A otra cosa, como decía Don Alfredo, que algunas cosas son olvidos y otras son cosas nomás... Sin embargo, si hubiese dicho que sí. ¡Ay Dios!, Esa mujer, esa maldita mujer. Era solo un monosílabo. ¡Tan simple decir sí, como decir no!, pero dijo no. Y a no confudirse, porque ese no, no era un no cualquiera. No, era el significante de un significado que rezaba algo como despídete de tus sueños, ahora que estás bien jodido.  ¡Esa maldita mujer!. Todos tus sueños rotos en mil pedazos. Todos al cesto de basura. A donde van las cosas que no tienen sentido. ¿Era para tanto?. Oh... sí, lo era. Porque aquí debiéramos tener en cuenta el aspecto cronológico de la historia. Una pasión que tenía sus orígenes en la infancia. En aquel barrio donde el vino a nacer bajo la calurosa luna de Escorpio. Y la cosa era para tanto. Puesto que creció junto a ella, por decirlo de algún modo. La contempló horas, días y años enteros. Siempre con la misma obnubilación. Como quién ha visto a la virgen bajar del cielo. (¡Nano!). ¡Todo el tiempo que pasé esperando este momento...!. Todos los lamentos son vanos. Ah... el temporalizado humano. Y, el tiempo en definitiva, les pasó a los dos por igual, pero a vos, se te notaba mucho más. Esas canas. Ella, en cambio, parecía lucir un tanto más impertérrita frente a Cronos. Aunque admitamos, que lo que él consiguió además de blanquearte las sienes, fue acrecentarte tu amor ella. Cada día que de tu vida transcurría, era más y más fuerte la pasión. ¡Tanto, que la terminó por convertir en la sucesión cíclica de soles y de lunas, en la dueña de tu dicha personal. ¡Si no me quedo con ella, nunca seré feliz!.
Pero mirá como son las cosas, eh. Fijate en que vino a terminar todo. Y te parece un mal sueño. Desearías que todo fuera un mal sueño. No obstante, bien sabes que no es así. Y qué le vamos a hacer. A veces sucede. ¿Y qué podemos hacer entonces?. ¡Oh l'amour!.  Pero no dejas de sentirte un imbécil. Sobre todo cuando descubrís que un par de lágrimas calientes ruedan por tus mejillas frías. ¡Qué bobo!. Siempre es así el amor. Si no lo fuera no tendría mucho sentido. Y estás llegando a tu morada, y también a una nueva decepción, y ya van... Y te mandás a tu habitación y comenzás a quitarte la ropa. Y recordás pasajes de tu niñez, cuando ibas a jugar en su jardín, para tenerla cerquita, y mirarla con devoción. ¡Tanto juntar dinero, tanto trabajar duro por días y noche, todo para quedarme con ella y tenerla como corresponde, ¿y qué?. Nada, esa maldita mujer dijo que no!.
Te parece un chiste, porque hasta ayer mismo, todo parecía distinto. ¡Sí señor!. En sus ojos se lo veía así. Por eso mismo fue que hoy saliste de tu actual morad, todo arregladito, perfumadito, orgulloso y vencedor, a la espera de la respuesta de aquella que presumías fuera un simple sí. Sabías que iba a haber, seguramente un interludio, charla sobre algunas banalidades  pero que finalmente todo era para romper el hielo y que finalmente llegara la aceptación que coronaría todos tus sueños.
Pero dijo que no. Que no y que no y que no. Entonces quisiste insultarla, sí señor. Tuviste deseos de aplicarle un golpe sobre la nariz. No se puede jugar así con los sueños de la gente. Pero agachaste la mirada, para quitarla de tus retinas, guardaste las manos en los bolsillos para no cometer un atropello, que hubiese sido imperdonable para vos, porque un caballero no debe golpear a una dama, ni con el pétalo de una rosa. Los golpes solo sellan una frustración. 
¿Y ese no, no era acaso una frustración para vos?. Sí, pero igualmente no, había que guardar la compostura en todos los casos, y los zapatos bien lustrados.  Entonces  diste media vuelta, apretaste los dientes para no llorar y te largaste a tu actual morada. Todo hace apenas unos minutos.  Tan pocos minutos, que todavía rondan en tu cabeza febricienta, las palabras de aquella maldita mujer:

<<No señor mío, la casa no está en venta, ¡ni por todo el oro del mundo!.>>

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